¡Y estaban deliciosas!
Esta es otra de las tradiciones de nuestro cole. Como ya sabéis las actividades de cocina son de nuestras favoritas y oye, no se nos dan nada mal. ¡Cada año están un poquito más ricas!
Y gracias a las mamás y a la abuela que han venido a ayudarnos el proceso ha sido una auténtica maravilla.
¡A la cocina!
Lo primero para cocinar es prepararse adecuadamente, gorro, mandil, manos bien limpias y ¡a la cocina!
Desde los bebés hasta los más grandes, todos ponemos las manos en la masa. Harina, azúcar, rodillo y moldes, la experimentación y el descubrimiento están asegurados. El sabor del azúcar, la harina tan finita, la textura de la masa es como la «plasti» que tanto nos gusta, pero más blandita y pegajosa. ¡Tenemos que chuparnos los dedos!
Cuestión de gustos
Los mayores distinguimos entre dulce y salado, cerramos los ojos y adivinamos. Ponemos el huevo, el azúcar, un poquito de mantequilla, un chorrito de nata, una pizca de levadura y batimos bien fuerte. En esto ya somos casi casi unos expertos y sabed que esta parte es sumamente importante.
Casi tanto como el amasado, que esta parte sí que es divertida. Cuando todo ya está muy bien batido, hacemos un montón de harina con un agujerito donde volcamos todo el batiburrillo ¡volcán de harina!, y rápido rápido amasamos la mezcla, para que no se escape ni un poquito de lo que hemos batido con tanto brío.
El arte de moldear se nos da fenomenal
Y ahora sí, llega el momento de demostrar nuestras habilidades manipulativas, con el rodillo preparamos y con el molde apretamos. Que no quede muy gordita, ni tampoco demasiado finita, pero que la forma quede bien bonita. Nuestra favorita, el caballito, más que nada por eso de que es el diferente. Pero también hacemos corazones, estrellas, círculos y flores, auténticos artistas en esto del molde y desmolde.
Es el momento de colocarlas en bandejas, separaditas y bien ordenaditas. Que ya en la cocina se encargan de dar el toque final: pintar con huevo las pastas para que queden doradas y brillantes. Y ahora es el turno de la Tata que con mucho mimo va metiendo las bandejas en el horno, ¡casi no da abasto con tantas que hemos hecho!…
¿Habéis probado el resultado?
…Y el cole empieza a oler… huele a azúcar, a mantequilla, a harina y levadura. Huele a cole de Los Rosales, que seguro que ningún cole huele así a medio día. Huele tan rico que el hambre se despierta y almorzamos nuestras galletas. «Mmmmmmm» realmente deliciosas… tenemos que parar porque si no después no comemos la comida de la Tata, pero si pudiéramos ¡nos comeríamos la bandeja entera!
Así que mejor preparamos unas bolsitas, y las guardamos para que también en casa puedan degustar lo bien que se nos da esto de cocinar. Y a ver si ellos pueden parar, porque es cierto eso que dicen de que «el comer y el rascar todo es empezar». Y como nos han quedado ricas a rabiar, hasta las más tostaditas os van a encantar. ¿Nos lo queréis contar?